“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.”
“Sigo cayendo en los mismos pecados, Padre”. He escuchado esto muchas veces, usualmente con una gran dosis de desaliento en sus voces. Y lo entiendo, puede ser muy desalentador, humillante o incluso simplemente aburrido encontrarse admitiendo la misma falta de siempre por millonésima vez. Hay un instinto correcto debajo de todo eso: deberíamos querer superar ese pecado de una vez por todas. Deberíamos querer dejar todo pecado; nuestro Dios perfectamente Santo envió a su Hijo, quien nos dijo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. La verdad es que las almas en el cielo (santos canonizados y desconocidos) están completamente libres de pecado y esa es nuestra aspiración de unirnos a ellas algún día. Nuestro viaje a través de este mundo roto y pecador tiene de hecho un destino. Por lo tanto, estamos correctamente descontentos con cualquier cosa en nuestras vidas que vaya en contra de ese objetivo. En pocas palabras, si tu objetivo es ir al cielo, deberías querer evitar todo pecado.
El problema, sin embargo, es cuando traducimos en superarlo ahora mismo. Peor aún, de alguna manera caemos en la trampa de “pararé todo pecado”, en la autosuficiencia dentro este esfuerzo de santidad. Así que, cuando nos encontramos fracasando en este esfuerzo de perfección, nos sentimos decepcionados en parte porque es una señal de que no somos tan buenos como pensábamos. Claro, en nuestras cabezas, en la forma en que articulamos, al decir el acto de contrición, decimos que dependemos de la gracia de Dios para evitar el pecado, pero en nuestros corazones y hábitos, esto no siempre es completamente cierto. Parte del problema es que pensamos en la gracia de Dios como un recurso que dirigimos y usamos. Algunas de nuestras analogías contribuyen a este malentendido. Algunas personas hablan de la gracia como la gasolina en un automóvil o la energía en una batería; tenemos que llenarnos mediante la oración y los sacramentos para que después tengamos el poder de salir al mundo y hacer cosas buenas o evitar cosas malas. El problema con esta analogía es que, una vez que tienes el tanque o la batería llenos, puedes conducir a donde quieras. Es como si fuéramos por la vida, nos topáramos con la tentación y luego dijéramos: “Oh, tomaré algo de esa gracia que tengo para decir no”.
¡Así no es cómo funciona! Todavía tenemos el poder de decidir y necesitamos tomar nuestras propias decisiones, Dios no va a micro gestionar tu vida. Pero cooperar con la gracia de Dios no es un esfuerzo completamente autodirigido. La gracia no es un recurso pasivo de energía que podemos gastar como nos parezca. Especialmente cuando se trata de vencer el pecado habitual, hay varios factores involucrados: temperamento, adicciones, salud mental, etc. Gran parte de vencer el pecado es aprender simplemente a evitar la tentación. La gracia de Dios podría no ayudarte a resistir un pecado si en primer lugar eliges no evitar la tentación. Muy a menudo, una persona se pone innecesariamente en una posición de tentación y luego, cuando está al borde de caer en pecado, se sorprende o se desilusiona de no tener la fuerza para decir no. Un alcohólico no puede servirse una bebida, mirar el vaso y luego decir: "Usaré la gracia que recibí en la misa de esta mañana para decir no". La mayoría de las veces, Dios les permitirá afrontar las consecuencias de su necedad porque ya han dejado de confiar en la gracia.
Esto se complica aún más por el hecho de que muchos católicos a menudo confunden la debilidad con el pecado o combinan la imperfección con el pecado. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” no significa que tengamos éxito en todo. No es una excusa para el perfeccionismo. Significa perfección en el amor: hacer todo por amor a Dios y al prójimo. Incluso si lo hacemos mal o de manera ineficaz, puede ser amor genuino y, por lo tanto, contribuir a ser perfectos. Pero si nos castigamos por nuestra debilidad y culpamos a Dios por permitirnos ser débiles, perderemos con demasiada facilidad el contacto con la gracia que nos ayuda a evitar el pecado real. El desánimo puede ser un desagradable círculo vicioso que se sostiene por sí solo.
Hay mucho más que puedo decirles sobre el pecado, la gracia y la culpabilidad, pero creo que comprenden lo que quiero decir: vencer por completo el pecado es complicado. Es imposible para una sola persona trazar con claridad y entender por completo cómo y cuándo vencerá todos y cada uno de los pecados habituales. Por eso, en realidad no depende de nosotros. Es Dios, es el Espíritu Santo, quien traza el camino para vencer el pecado y, a menudo, elige un camino que nosotros mismos no elegiríamos ni podríamos elegir. Y así es como esta reflexión se relaciona con el tema de este año de la Gran Novena: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
No sabemos cómo ni cuándo se borrará esta falta en particular, pero Dios nos perdona de todos modos. No sabemos si realmente podremos confesarnos la próxima vez sin tener que mencionar el mismo pecado. Sin embargo, siempre que decidamos sinceramente intentarlo, siempre que en algún nivel aceptemos cooperar con su plan para nuestra santidad, él nos perdona de todos modos. Dios sabe perfectamente si vas a volver a cometer ese pecado incluso una hora después de confesarlo, especialmente si no lo haces.
No malinterpretes esto. Nunca hay una razón para simplemente “ceder” ante un pecado o cometer la herejía de decir “Dios quiere que cometa este pecado”. Pero el simple hecho es que el pecado en el que Dios quiere que trabajes más puede no ser el que crees que necesita más atención. A veces, caemos en el pecado que más nos preocupa porque no estamos respondiendo a la invitación de Dios de abordar el otro pecado que pretendemos que no es tan malo o que no vale la pena preocuparnos por él en este momento. A veces, Dios está más interesado en que aprendas a perseverar en la lucha que en ayudarte a vivir a la altura de la visión que crees que deberías alcanzar. Si corremos constantemente tras nuestra visión de santidad, tendemos a alejarnos sutilmente de la ayuda de la gracia y luego nos sorprendemos cuando esa gracia no está allí para concedernos la auto perfección que hemos imaginado. Y a veces, simplemente no sabemos nada más que el hecho de que queremos dejar de pecar, que queremos amar a Dios y que Él está a cargo. Eso está bien. No tienes que saber para ser perdonado. Él no te pide que lo sepas, solo te pide que preguntes y que no te rindas.
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. No saben cómo, cuándo y de qué manera los librarás de esta falta, pero perdónalos de todos modos. No saben que las excusas que se dan a sí mismos no son razonables, pero lo sienten, así que perdónalos de todos modos. No saben que su visión de su propia santidad no es tu visión de su santidad, pero ellos sí quieren la santidad, así que perdónalos de todos modos.
Gracias, Señor, por todas las cosas que haces por nosotros que no conocemos, pero que de todas formas haces. Y perdónanos, Señor, porque no sabemos lo que hacemos, pero tú sí.